
José Marqués Simó | Los arroces valencianos han sido siempre una tradición en todos los hogares de la comunidad. Antes de la pandemia, cuando nos reuniamos tanta gente que no se podía contar con los dedos de las manos, lo hacíamos siempre alrededor de una paella, preparada con tanto cariño y devoción cómo nos habían enseñado nuestros antepasados… Y además preparadas con productos de la tierra: alcachofas y verduras de Benicarló, carnes de la comarca dels Ports, marisco de la lonja de Peñíscola… Y madre mía, que buena estaba. Tanto es así que un domingo de confinamiento, me desperté nostálgico, miré el reloj una y otra vez, y no pasaban las horas. Me asomé a la ventana, y estirandome pensé: «Un domingo más…» Echaba de menos el olor a leña de la barbacoa, el campo, el trino de los pájaros, hasta el ladrido del perro y los gritos de mi familia intentando hablar todos a la vez. Era tal mi añoranza que decidí proponer un juego a mis amigos… Un concurso virtual de paellas. Todos se apuntaron. Cada uno con unos ingredientes…
Pero curiosamente todos nos decidimos por le mismo arroz. La variedad Albufera, conocida hace apenas cinco años. Un cruce de las variedades Senia y Bomba, las tres se utilizan en los mejores restaurantes y arrocerias de la región. El resto de ingredientes los elegimos aleatoriamente, cada cual un tipo de pescado y verduras para obtener un fondo o fumet bien sabroso, con el cual nuestra paella quedaría deliciosa: morralla, cabezas de crustáceos, rape, galeras, incluso umami… para potenciar el sabor de esos apreciados arroces.
No era nuestra paella de los domingos, no íbamos a comerla juntos, pero a través de las redes compartiríamos nuestra creación. Cada uno elaboró un tipo de paella… Alguien preparó una valenciana, otro una de marisco, hubo quien se atrevió a mezclar los sabores y se decidió por una mixta, yo me decanté por preparar una del señoret, con sus mariscos sin cáscara…Hasta mi mente llegó, la jugosidad de las gambas, el sabor a mar de las almejas y la tersura de los calamares pescados en el Mediterráneo. Cada cucharada de arroz, evocaba ese sabor inconfundible y su aroma penetraba en mi nariz, adueñándose de mi cerebro y me llevaba a viajar en barco y sentir los placeres del mar.
Todos mis amigos sintieron lo mismo, la experiencia les transportó a los días en que no existía el covid, y teníamos tanta libertad. A los días en que un buen arroz tenía tanto poder de convocatoria que era imposible negarse a ese encuentro. No hay nada como sentarse alrededor de una mesa, con los de siempre a comer un buen arroz!