

Subtítulo: El crecimiento vertiginoso de los platos preparados —impulsado por Mercadona y el ritmo de vida moderno— está desplazando a la cocina como epicentro del hogar. ¿Estamos ante el principio del fin del acto de cocinar?
El cambio que nadie pidió… pero que todos están aceptando
Hubo un tiempo —no tan lejano— en que cocinar era un acto cotidiano, casi automático. Se abría la nevera, se sacaban ingredientes y se improvisaba algo con sabor y cierta dignidad. Hoy, abrir la nevera es más parecido a abrir un expositor de tupperwares. Porque si algo está claro en este 2025 es que la comida preparada ya no es el plan B, sino el menú oficial del día a día.
La comodidad ha ganado la batalla. El cuchillo, el fuego y el tiempo han sido reemplazados por la tapa de plástico y una cucharilla biodegradable. El hogar huele menos a comida y más a microondas. Y lo más sorprendente es que nadie parece extrañarlo del todo.
“A mitad del siglo XXI no habrá cocinas”
La frase, lapidaria, no salió de un teórico futurista ni de un anuncio provocador. La dijo Juan Roig, presidente de Mercadona, uno de los hombres más influyentes del país, con una sonrisa tranquila y los números de su lado.
En la presentación de la memoria anual de la cadena de supermercados, Roig afirmó sin pestañear:
“Lo dije y lo mantengo: a mitad del siglo XXI no habrá cocinas.”
¿Y por qué iba a haberlas, si cada vez se usan menos? La sección “Listo para comer”, que Mercadona lanzó en 2018, ya es rentable y sigue creciendo. En 2024, estaba presente en 1.200 de sus 1.614 tiendas en España, y sigue ganando protagonismo con recetas nuevas como vegetales asados con salsa romesco, ensaladas de marisco o costillas listas para servir.
Cocinar ya no es necesidad. Es capricho
La realidad es tan simple como brutal: cocinar se ha convertido en un lujo, o en un hobby para quienes tienen tiempo. Para el resto del mundo, lo importante es que el plato esté listo, sea medianamente saludable y no requiera más de 30 segundos de esfuerzo. Idealmente, ninguno.
Y es que los números hablan claro: las ventas de platos preparados han subido un 48% en solo dos años, según la consultora Kantar. Más de ocho millones de personas recurren a ellos de forma habitual. Y, lo más llamativo, una de cada cinco veces ni siquiera se calientan. Porque no hay tiempo ni para eso.
¿Qué ha pasado con la cocina como espacio central?
Tradicionalmente, la cocina era el corazón del hogar. No solo se cocinaba: se hablaba, se discutía, se hacían deberes, se celebraban cumpleaños improvisados. Hoy, muchas cocinas lucen impolutas, relucientes… y sospechosamente intactas.
No es que no estén. Es que no se usan.
Y lo que es más inquietante: la arquitectura ya lo está notando. Cada vez son más comunes los pisos de nueva construcción con cocinas abiertas, minimalistas, casi decorativas. En algunos países asiáticos, como Corea del Sur, ya existen edificios sin cocina. En España no hemos llegado ahí… todavía.
Pero si Roig tiene razón —y su cuenta de resultados sugiere que sí—, no queda tanto.
¿Platos preparados = comida basura? No necesariamente
Una de las claves de esta revolución silenciosa es que la comida preparada ya no es sinónimo de fritanga o congelado con tres meses de vida. Al menos, no siempre.
Las grandes cadenas están haciendo un esfuerzo por saludabilizar sus productos. Añaden más vegetales, reducen sal, eliminan conservantes y sacan pecho con etiquetas como “sin gluten”, “rico en fibra” o “bajo en grasas”. Y aunque algunos de estos platos siguen teniendo más aditivos que un coche de rally, el consumidor siente que está comiendo mejor.
Y eso, al final, es lo que cuenta.
La gran contradicción: salud pública vs conveniencia privada
Mientras las familias se rinden al menú de supermercado, los gobiernos lanzan leyes para mejorar la alimentación infantil, limitar fritos en los comedores escolares y fomentar el consumo de fruta y verdura.
Pero la realidad es que un tercio de los comedores escolares aún sirve cuatro o más platos precocinados al mes. ¿Y cómo se resuelve esa paradoja? Pues con campañas institucionales mientras en casa se sirve lasaña de bandeja.
¿Qué perdemos cuando dejamos de cocinar?
Esta no es solo una historia sobre comida. Es una historia sobre cómo vivimos. Cocinar no es solo transformar alimentos: es un acto de cuidado, de conexión, de creatividad. Cuando renunciamos a eso, ¿qué se pierde?
Tal vez ganamos tiempo, sí. Pero también perdemos saber hacer, cultura gastronómica, recuerdos familiares, anécdotas entre fogones, la receta de la abuela, el aroma del ajo dorándose…
Y, poco a poco, convertimos la cocina en un cuarto vacío donde solo se carga el móvil y se guarda el pan.
Para reflexionar:
¿Estamos construyendo una vida más práctica… o simplemente más vacía, bandeja tras bandeja?
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