
El vendedor de verduras
Rafael Solaz Salvador se había levantado de madrugada. Los días anteriores fueron duros. El cielo había vomitado toda la lluvia que retenía en su gris despensa. Gota fría decían. Los campos quedaron anegados porque la huerta no fue capaz de engullir aquel diluvio que rebosaba los surcos, las acequias y habían sido borrados los caminos que conducen al infinito. Cosecha perdida.
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