Chabe Soler,
Cocinera del restaurante La Ferrera, Estas cocinera emergente, que cambió las letras por la cocina, se ha formado en algunos de los mejores restaurantes valencianos hasta que hace unos años se embarcó en el proyecto familiar que comparte junto a su hermana Lola Soler, jefa de sala, en Pinedo.
María José Martínez
María José cambió sus libros de química por los de cocina a los 21 años. A lo largo de su carrera ha pisado muchas cocinas y ha visto de todo. Anuncia que el sexismo y la cosificación de la mujer sigue formando parte de algunas cocinas. Por ejemplo, los perfiles más típicos en los que se encasilla a una mujer son las partidas de entrantes, fríos y postres porque se considera que las mujeres son más delicadas y otras partidas requieren mayor trabajo físico.
Ella siempre ha destacado en la cocina, así que se ha ganado la envidia de sus compañeros, comenta que incluso ha llegado a padecer el “síndrome del impostor”. Sabe que su trabajo y esfuerzo hablan por sí misma, aunque eso sí, a una mujer, siempre le cuesta más llegar a los puestos más altos.
En su casa, el restaurante Lienzo, además de buena comida hay un ambiente de respeto y equidad. Pero María José denuncia que: “Todavía nos falta visibilidad y tiempo. Hay mujeres que hacen cocina tradicional y no se les considera profesionales porque aprendieron de su madre, son vistas como buenas guisanderas. Hay que dejar de ver a la mujer como madre que sabe cocinar porque son capaces de gestionar su propio negocio y sacar 300 cubiertos diarios”.
Loles Salvador
Loles no tuvo una infancia fácil. Perder a sus padres con con 14 años fue un golpe muy duro para ella. A los 19 años se casó y comenzó a trabajar con su marido en el mercado, primero en el de Abastos y más tarde en el Central. Tenían 5 hijos y no era suficiente. Empezó tomando clases de cocina después del trabajo hasta que le ofrecieron regentar el polideportivo de Catarroja. Para entonces ya tenía 7 hijos, los mayores trabajaban con ella y el resto disfrutaban del aire libre y las actividades que ofrecían en las instalaciones. Desde aquí, su carrera fue en ascenso. En 1981 comenzó a dirigir la cocina del restaurante Ma Cuina, un emblema que revolucionó la cocina en València. Años más tarde abrió su propio restaurante, La Sal, que según comenta, se le quedó pequeño enseguida, de modo que pronto buscaron algo más grande. Loles daba siempre pasos hacia delante: “siempre me he sentido muy apoyada y respetada por los compañeros de profesión”. Fue escalando en su carrera profesional hasta convertir aquél pequeño restaurante en lo que es hoy el Grupo la Sucursal, que gestionan sus hijos. Está muy orgullosa de su legado y del trabajo de sus hijos, pero reconoce que “la hostelería es un trabajo muy sacrificado: pierdes las cenas en familia, los fines de semana, trabajas muchas horas… pero si volviera a nacer, sin duda sería cocinera”.
Aurora Torres
Aurora se crio en el restaurante que inauguró su madre en el año 78. Aquella mujer trabajadora fue la primera autónoma de un pueblo en el que las mujeres asumían, inevitablemente, el rol de ama de casa. Aurora estudió y se dedicó a las finanzas.
Trabajaba en un restaurante como contable, pero sentía que las ollas y las sartenes la llamaban. Poco a poco iba entrando en la cocina y se fijaba en cómo funcionaba una cocina profesional, cómo se dirigía… y se fue adentrando de nuevo en la cocina hasta el día de hoy.
Al tomar la decisión de cambiar de profesión, se formó con grandes cocineros: Pedro Subijana, Quique Dacosta, Elena Arzak, José Abilles, … y hoy regenta el restaurante en el que empezó: La Herradura, con una cocina tradicional de alto nivel. Además, ha emprendido muchos otros proyectos: una sala dedicada a la cocina de vanguardia (Lula), y próximamente abrirá un take away, ¡para el que le deseamos mucha suerte!
La historia de su madre le marcó: una mujer sola con dos niños tuvo que trabajar muy duro para sacar adelante una familia. Ese recuerdo se ha convertido en una fuente de motivación para Aurora. “Si mi madre, sin apenas recursos pudo echar hacia delante, nosotras también podemos. Ahora hay más conciencia social, la mujer tiene visibilidad y unas ayudas que antes ni existían.”
Aurora también es madre, y su mayor reto ha sido la conciliación de la vida familiar con el trabajo de chef. “Ser madre es un trabajo a tiempo completo y durante toda la vida, el de padre también”. Ella ha conseguido llegar al equilibrio gracias a su pareja, que suele trabajar desde casa, pero reconoce que a veces le sigue abordando un sentimiento de culpa.
Por suerte, también se siente muy apoyada por sus compañeros de profesión, y cree que debería de haber hombres y mujeres por igual en las cocinas en pleno respeto e igualdad, sin cotas de máximos o mínimos, que todos lo ganasen por méritos. Pero apunta que, “para conseguir estos méritos, las mujeres tienen más trabas para levantar un restaurante y dedicarse plenamente a ello.”
Su mensaje para las futuras generaciones: “Las primeras damas tuvieron que lavar las piedras, ahora nosotras tenemos que labrar el huerto para que las próximas mujeres lo puedan plantar”.
Silvia Meléndez
Desde pequeña Silvia ya andaba con las manos en la masa, siempre aprendiendo, leyendo y viendo programas de cocina, pero su condición de “mujer rural” no se lo permitió. Al acabar el colegio, sus sueños de estudiar se vieron frustrados: ser #cocineraprofesional no era para mujeres, así que comenzó a trabajar en otro ámbito. Pero ella no se había quitado la espina de la cocina y en cuanto vio la oportunidad comenzó sus estudios: se apuntó a cursos, se preparó en cocinas profesionales, … y cuando llegó el momento, montó su restaurante: La Pitanza. A pesar de sus logros, Silvia atribuye parte del mérito a su marido, que le animó a estudiar cocina, y una vez montó el restaurante, le siguió apoyando y compartiendo el trabajo doméstico y familiar. Pero apunta que sigue siendo un hándicap, “estamos encasilladas, cuesta mucho romper muchos techos de cristal, es difícil porque seguimos pensando que es nuestra obligación realizar las tareas domésticas”. Además, Silvia pertenece a la asociación “Mujeres en la cocina”. Hoy Silvia es una profesional de éxito. Es una mujer muy activa que pertenece a varias asociaciones, realiza colaboraciones con entidades y es muy reconocida entre sus propios compañeros.
Mari Carmen Vélez
Mari Carmen entró en la cocina por primera vez en el año 97. Había estado en la sala del negocio familiar, el restaurante La Sirena. Sentían que necesitaban un cambio, y allí estaba ella dispuesta a abrirse paso en su propia cocina con un nuevo rumbo e ideas muy claras. Igual que había estudiado para sala, sintió que tenía que hacerlo para gobernar su cocina, y así fue como empezó con Christian Lutaud, aunque defiende que la cocina es un aprendizaje continuo. Para ella, las barreras que puedan tener las mujeres en una cocina han ido desapareciendo y cada día están más consolidadas: las cocinas, con todas las innovaciones tecnológicas hacen que sea más fácil llevar a cabo el trabajo. La conciliación familiar ya es un hecho, “si no tienes familia que se haga cargo de tus hijos, tienes que contratar una tata. Tenemos que trabajar”. “Si hay pocas mujeres, premiadas, en congresos y visibilizadas es porque los hombres han estado siempre ahí, nosotras hemos llegado después, pero eso no significa que no entremos pisando fuerte y que, de forma natural, cada día seremos más y más. Hay un cambio cultural en pleno proceso que ya está favoreciendo la cocina, antes las mujeres no podían tener horarios vespertinos porque debían ocuparse del hogar y no estaba bien visto. Tampoco que fuesen solas o en conjunto a reuniones o formaciones rodeadas de hombres, pero todo esto ha quedado atrás.” Para Mari Carmen, las barreras que sentimos son propiamente culturales, a excepción de la brecha salarial que, confía, que poco a poco iremos igualando a pesar de no haber ninguna ley al respecto. “No se trata de un título o de un género, sino del valor que esa persona aporta a la empresa”