La ocasión no puede ser más propicia para hablar de la cerveza. Al boyante consumo se une la efervescencia de las cifras récord confirmadas. Con la primavera, casi ventilada, el consumo de la rubia se pone al galope tendido, sin excusas, ante la llegada del estío.
Bebida universal que todos manejan con oportunismo: rubia, negra, tostada, artesana, con limón, gaseosa. La cerveza alcanza cumbres insólitas de consumo. Hay una política hostelera activa de rearme cervecero. No es nada descabellado analizar en qué medida esta funciona como catalizadora de aperitivos universales.
La última concordia hostelera está clara. Un paseo por barras y terrazas nos permite comprobar cómo los clientes proponen cotidianamente su investidura universal. La rubia vertebra la hostelería, dispone de mayoría absoluta en barras, amén del control gustativo de miles de clientes apostados ante el salvador tirador.
Un compañero de fatigas cerveceras nos dice que ha retomado su consumo. El entorno de Carlos, apodado el Emperador en homenaje a nuestro emperador Carlos V, (quien viajaba siempre acompañado de un barril de cerveza) y su barriga cervecera, nos invitan a recorrer locales en busca de la caña perfecta. Nuestro amigo, sin perder el humor, se desempeña ante la jarra con la misma profesionalidad que con la caña.
Ha tardado 365 días, en saborear de nuevo el aroma de la malta. El último recuerdo que tenía del lúpulo vital. Ya es libre tras superar una enfermedad, pero con tantas cicatrices gustativas que no sabe si podrá rehacer su adición cervecera.
Es indiscutible que a veces cuando se le dice «¡rubia!» a la cerveza se le dice a la vez «¡lástima!». Y ya es hora de que las cañas bien tiradas conquisten la secuencia hostelera. Los rostros de los clientes son un reflejo de la expresión de la espuma y no al revés.
El trato a la cerveza tiene malas prácticas, manos nerviosas & muñecas lentas que agudizan sus imperfecciones ante los inocentes tiradores. Su consumo diario no debe privarnos de brindarle suficiente lecho gustativo. La ausencia del tiraje correcto de la cerveza, propiciada por el estado de distracción permanente del servicio de bares es evidente. Tan difícil es.
Algunos locales abundan en esta contradicción: instalaciones modélicas y servicio mejorable. El tiraje de la cerveza no solo tiene naturaleza litúrgica y ceremonial, también nos remite a un ámbito necesario para mantener su calidad y sabor.
A veces, basta un pequeño gesto para que pasen grandes cosas. La llegada del rico líquido rubio se interrumpe drásticamente. «Piff..puff…». De repentese acabó el barril. Sin previo aviso. Hay que cambiarlo. Algún voluntario. Una instantánea que nos permite abandonar el local en busca de la cerveza artesana. Estamos dispuestos a incorporarlas aunque no todas valen. Es una opinión legítima que aquí tiene, como no, su espacio. Dejamos también que aparezca una de esas voces discrepantes. «No sabéis valorar la auténtica cerveza artesana».
El momento adecuado
Hay ciertos temas que tememos plantear. Son conversaciones pendientes. Rubia, negra o tostada. Lo cierto es que aunque no siempre se aplica el dicho popular de hablando se entiende la gente. Hoy sí visualizamos el vínculo universal con la cerveza. Todos coinciden: «Todas tienes su momento adecuado».
Nada de la cerveza nos es ajeno por lo que confesamos que también tenemos un gusto «offshore», que para eso el mundo de la cerveza nos ha dotado de paraísos cerveceros, en forma de pub, una suerte de «valhalla» para consumidores cotidianos.
Se impone hacer inventario y asomarnos a lo vivido tras la experiencia. La cerveza es capaz de hacer hablar a paladares que siempre han estado callados, como un desfibrilador gustativo previo a cualquier comida.La jornada es un himno a la sensibilidad cervecera. Como un concierto de música de cámara todos los participantes escenificamos nuestros gustos al unísono.. Una cerveza, por favor.