Aunque la gastronomía de producto no sabe de modas ni de tiempos conviene saber por dónde van los tiros hosteleros para que impacten con facilidad en el paladar. Después del anticiclón navideño, no es necesario buscarse coartadas, regresa la atención a lo esencial y el rechazo a lo superfluo. En tiempos de fibrilación gastronómica la movilización de los hábitos comensales no se improvisa, buscar la excelencia es más que un gesto no sólo una frase gastada.
Hay recomendaciones que resulta premonitorias. La calidad de la materia prima y el servicio profesional siguen estando en el centro de la identidad hostelera y este argumento principal no se presta a discusión alguna en el restaurante O`Donnell Cabanyal (Calle Marino Sirera 14, junto al mercado) donde pescados salvajes de gran tamaño y exclusivos mariscos cotizan al alza.
Al frente del restaurante un liderazgo bicéfalo protagonizado por Jesús Barrachina a los mandos de la sala y en los fogones la maestría de un viejo conocido, Javier Aznar (ex del Restaurante Sangonereta). Al observar la carta hay abundantes avisos del fantástico temporal gustativo que se avecina. Se confirman los pronósticos, tras probar el primer plato. De receta humilde a manjar solo hay un paso. No nos deja indiferente la sabrosa titaina que nos motiva y espolea el paladar.
Los mismo elogios se pueden hacer de las atemperadamente tibias y carnosas, «Caixetes al vapor». La hipérbole cualitativa se personaliza en la figura de este molusco bivalvo, con llave incorporada hacia el paraíso salino, como celebrity que habita, en exclusiva, en las rocas de la Costa del Baix Maestrat.
La querencia de sabores de los calamarcitos salteados con setas de otoño no permite banalización gourmet alguna y revela la profundidad de las sencillas raíces culinarias que quieren implantar. La excelencia de la materia prima y la armonía gustativa son el leivmotiv del viaje culinario que nos proponen donde el pescado encuentra su interlocutor ideal. Al probar la jugosa ventresca de atún se establece un arraigo vitalicio que se multiplica al degustar la facera (carrillada) del mismo tunido como un incansable recaudador de texturas que crea adeptos para siempre.
Aunque la cocina de O’Donnell tiene un marcado favoritismo marinero, no se alteren, la presencia del vacuno en esta singladura gourmet está más que garantizada: Lomo alto y chuletón de vaca madurados a la brasa con royalties gastronómicos. Nos deslizamos hacia los postres recomendados que engolosinan los paladares. La necesidad imperiosa se ve consumada con el pastel de chocolate. La torrija con helado especialmente sensible a los dulces anhelos de los presentes supera las expectativas.
Pensar que la elección de un determinado vino no tiene consecuencias en los paladares es forzar demasiado las premisas. Déjense aconsejar por la experiencia del brillante discurso alambicado de Pedro Martínez en busca del maridaje deseado. La selecta bodega tiene interiorizado un mapa de champagnes y cavas como una declaración de intenciones que desata una empatía crónica. Los aficionados al universo premium del espumoso francés, tan necesitados de sitios diferentes, tienen aquí una visita obligada.
Al salir la conclusión es evidente. Brillante sucesión de argumentos culinarios y réplicas vinícolas y achampanadas sin descanso. Gastronomía de una sola dirección, sin falsos peajes culinarios, con un solo destino la excelencia del producto con licencia para satisfacer a los comensales más exigentes. O ‘Donnell se ha convertido en un aspirante al empadronamiento gourmet, en el corazón del Cabanyal, con solvencia culinaria consolidada, ideal para desengrasar a los paladares más desmotivados que huyen de la restauración impostada.
Obren en consecuencia y jueguen con ventaja. Reserven con antelación. Y déjenme contarle la penúltima: Lejos de buscar cómodos réditos iniciales no bajan la guardia, además de un parking público gratuito a 25 metros cuentan con aparcacoches nocturno. No tienen excusas. Avisados quedan.