En una esquina de la zona sur de Alicante, escondida entre montañas y guardada por cañadas de seca orografía, se encuentra la pequeña localidad de La Algueña. Un rincón lleno de paz y autenticidad, no tan conocido como otros vecinos suyos, pero quizás por eso convertido hoy en uno de los lugares más preciosos para el cultivo de monastrell.
La Algueña se encuentra a 534 metros sobre el nivel del mar, aunque desde el propio pueblo se pueden admirar altas cumbres como la del Monto Coto en la Sierra del Reclot cuyo punto máximo es de 997 metros. La sensación es espectacular al poder ver el monte destripado con las canteras al aire libre, junto a otros montes verdes, con pinos mediterráneos y paredes muy verticales. Desde ahí se avanza a las cañadas que configuraran la zona sur hacia Abanilla y Jumilla por otro lado, auténticos sobrevivientes para la agricultura, vergeles con palmeras, viñas, almendros y suelo desértico. Por esas razones, la Algueña es un paraje natural en sí mismo, lleno de contrastes.
Y un lugar especialmente propio para el cultivo de monastrell, que convive con estas características y el clima extremo del lugar (es habitual incluso que pueda nevar). Sus viñas son de las más antiguas del lugar, todavía en vaso, en suelos muy pobres, pero extremadamente propicias para una calidad singular como la de los vinos que, de forma tradicional, se han cultivado en esta localidad.
Gracias a la Bodega de la Algueña, se ha podido mantener la producción en esta zona, ya que es el centro elaborador y sus viñas se extienden por los municipios de Murcia que son aún hoy, amparados por la DOP Alicante. Desde el año 1970 agrupa a unas 1.800 hectáreas y ha dado fama a los vinos de esta localidad, conocidos por su color, elegancia, cuerpo.
Tal es el caso de su última novedad. “Flor de Enya” un tinto ecológico de monastrell y syrah, de la añada 2015. Con este vino, la bodega manifiesta su interés de emprender una gama de vinos nuevos, con su base de monastrell y elaboraciones más distinguidas. A ello destinan 200 hectáreas con menor rendimiento (máximo de 2.500 kg por hectárea), en vaso y secano y con viña de más de 20 años. El resultado es un vino intenso, de color rojo cereza con mucha fruta roja y un muy ligero toque de roble. Perfecto para estas fechas, y con 13,5º.
El nombre hace referencia al topónimo original de la localidad, que en árabe es “Alenhia” y que representa el arbusto conocido con ese mismo nombre: “alenha” o “aligustre” y que sirve para realizar numerosos tintes como los tatuajes de “henna”. Aunque hoy no quedan en el lugar estas plantas, sí estuvieron en el pasado y se la llamaba así “Flor de Enya”. Una vuelta pues a la tradición medioambiental del lugar.
Es la última de las demostraciones de esta bodega por presentarnos vinos nuevos, honestos, realizados con la menor intervención posible. Y un vino que corona el ciclo presentado por otros como “Dominio de Torreviñas”, los jóvenes de la bodega; “Casa Jimenez” con las uvas de este paraje concreto; el famoso, imprescindible y casi sagrado “Fondonet”, ese monastrell dulce, que es una pura golosina, fresco a la vez, pura mermelada y delicadeza y que ha sido uno de los grandes éxitos de los últimos años.
Lógicamente, en este santa santorum de la monastrell no podía faltar su “Fondillón” con soleras como las del año 1980.
La bodega viene a demostrar con este trabajo, que quiere y tiene futuro y que está totalmente apegada a su origen, su pueblo, sus rincones. Que protege uno de los mejores patrimonios de monastrell del mundo y que quiere ofrecernos mejores vinos cada día que nos ayuden a sensibilizarnos con su entorno y con su tradición. Brindemos por ello todos.